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“La religión mata”. Esto es lo que, según al autor de la obra teatral “¡Me cago en Dios!” –estrenada en Nueva York como “MaMa” por la censura-, debería estar escrito en el pórtico de los templos. Ínigo Ramírez de Haro, Cónsul de España en Nueva York, es el padre de la criatura. Ingeniero aeronáutico dedicado al teatro nos ilustra sobre la clásica discusión sobre la ciencia y la fe, sobre saber y creer. Y es que el tipo es un genio, hasta el punto de afirmar que “la historia de las religiones es la del asesinato”. Un rollo de papel higiénico y un inodoro son toda la escenografía de esta gran obra de la cultura Made in Spain, que sin duda promociona lo mejor de España en el extranjero, que el autor resume como un monólogo centrado “en el estreñimiento mental de cualquier persona que haya tenido una educación religiosa”. Esta lucidez es la que le permite afirmar –¡oh apóstol de la tolerancia!- que “la religión debería estar prohibida hasta los 18 años”.
Queda claro que hay muchas cosas discutibles y criticables de la educación cristiana española “tradicional”, desde el desprecio a la libertad de las personas hasta el horror de algunos castigos y la poca seriedad científica. Pero de ahí a decir como nuestro diplomático que la Biblia es una novela hay un buen trecho.
En contraste con esto, tenemos en La Vanguardia del domingo una carta del ilustre jesuita catalán José Ignacio González Faus, en respuesta a la bonita carta de hace unos días de Pilar Rahola titulada “Dios y sus cosas”. La verdad es que la carta de Rahola no es solamente bonita, sino también inteligente y destila una humanidad poco frecuente en nuestros días. En ella se lamenta de no tener fe y alaba la humanidad de tantos que sí la tienen. Insólito en nuestros días. Lo curioso es la respuesta de nuestro ilustre teólogo (que ocupa el espacio central de la sección de religión del periódico, dejando para la columna y la parte inferior al beato Juan Pablo II).
González Faus empieza diciendo que le dan “envidia” tantos ateos o agnósticos que hacen el bien sin ser creyentes, ya que tantos creyentes no son capaces de obrar así. La ambigüedad está servida. Pero luego parece arreglarlo con dos citas, una de Mounier y otra de Simone Weil, en las que se destaca la humanidad de las personas por encima de su ideología. Correcto. Pero, ¡ay!, a la tercera va la vencida, y la cita del “profeta” protestante Bonhoeffer resume la posición de nuestro teólogo: “(el Dios que se revela en Jesús) es lo opuesto de todo lo que el hombre religioso espera de Dios”. Y, para terminar la faena, el “maestro” remata con un consejo “espiritual” (de esos que provocan náuseas, entiéndaseme bien): “no te preocupes si no puedes creer. Conozco muchos como tú (…)”. Y se cita a sí mismo en un artículo que escribió hace muchos años (¡y que debe considerar una referencia!) en el que cita al poeta Atahualpa Yupanki cuando dice: “ hay cosas en este mundo más importantes que Dios, que un hombre no escupa sangre para que otros vivan mejor”. Amén.
De un extremo al otro. Para huir de lo que denuncia –aunque de modo patético- el embajador en Nueva York, acabamos identificando a Dios con los pobres y negando –quizás inconscientemente- el valor de lo que significa conocerle. ¡Cómo que “no te preocupes”! ¿Qué coño significa esto para un hombre que busca a Dios? A Dios, no a los pobres ni a los que sufren, sino a Dios. Un hombre desea comprender cuál es el significado de la vida, de SU vida. ¿Y le citas a Yupanki? Como no podía ser de otro modo, al final del artículo hay que hacerse perdonar por las incoherencias del mundo católico –las que pretende retratar el ingeniero venido a dramaturgo-, y acaba diciendo González Faus: “luego debemos hacernos perdonar por las muchas incoherencias”. Porque hay que dejar claro que la religión es un tema moral, y si la gente no cree es por las incoherencias de los católicos (aunque esto complica más la comprensión de que Cristo muriese en la cruz).
El problema de fondo de ambos artículos –y de ahí su falta de fuerza- es el dualismo. Y es que, sutilmente, sin que nos demos cuenta, separamos lo religioso de la humanidad de las personas y lo identificamos con una práctica, con el cumplimiento de unas normas. Lo religioso se entiende como una inclinación hacia lo moral y lo ético, y en esa línea la comprensión de la realidad –hasta llegar al mismo Dios, como Aristóteles- se queda fuera. Entonces, claro está, para afirmar al hombre hay que negar a Dios –como hace el embajador-, o bien para afirmar a Dios hay que rebajar la religión a moral, a práctica, con lo que al final se puede sostener que conocerle no es importante. Y en cierto sentido es verdad, pero nunca desde el dualismo dialéctico del que tanto gustan los malos teólogos. En esta línea,la Iglesia queda reconvertida en ONG y se cita a Yupanki –escritor y cantautor argentino- como si fuese Palabra de Dios.
La cuestión no es escoger entre el hombre o Dios, ni decir que basta con servir al hombre dejando de lado el tema de Dios. Lo que nos importa es saber, conocer, si las preguntas que constituyen la vida del hombre tiene o no respuesta, o lo que es lo mismo, si la realidad remite a Algo más grande que ella en lo que encuentra su plenitud y sentido. El drama del hombre, su sentido religioso, sólo encuentra respuesta si se puede responder la infinita pregunta que golpea al hombre desde el origen de los tiempos: Y yo, ¿quién soy?. Esta posición es la que vemos en el artículo de Rahola, pero que brilla por su ausencia en los otros dos.
Wyatt
Entrevista a Jorge Martínez Lucena
JML se licenció en Filosofía en Universitat de Barcelona, se doctoró en Comunicación en la Universidad San Pablo CEU de Madrid. Actualmente es profesor de Antropología y de Cine y Cultura en la Universitat Abat Oliba de Barcelona. Esta entrevista acerca de su último libro, “Vampiros y zombis posmodernos” (Gedisa, 2010), la tomamos prestada de SAMIZDAT (Crónica de una vida nueva), una revista universitaria que se fija en esta ocasión en uno de nuestros colaboradores habituales.
Cuando se lee el título del libro se puede pensar que su autor es un ‘freak’ más de lo terrorífico ¿Cómo se planteó empezar a investigar y analizar el mundo de los no muertos?
Me llamaba mucho la atención el creciente interés de los adolescentes por estos monstruos y los cambios que estaban sufriendo sobre todo los vampiros con respecto al Drácula original de Stoker. Por eso me puse a investigar.
¿Cómo encajan los primeros no muertos con los vampiros y los zombis a los que preceden?
El primer no-muerto en la ficción moderna es el engendro de Frankenstein. Él es el primer personaje que encarna a una materia muerta animada por la mera electricidad. Jekyll y Hyde escenifican la internalización del monstruo. “¿Y si nosotros también fuésemos mera materia?”, se pregunta el lector. Drácula sería la eliminación del elemento espiritual que era Jekyll. Sólo queda materia aristocrática. Ese es el vampiro. En cuanto al zombi, el paso es distinto. Lo que venía siendo una conciencia cultural de una elite anglosajona representada por los vampiros, a mediados del siglo XX se convierte en cultura de masas. El no-muerto se democratiza así, con la aparición del zombi.
Los vampiros más de moda ya no matan indiscriminadamente, sino que sienten y ansían como el resto de los mortales ¿A qué responde esta mayor humanización?
Según pienso a que el adolescente actual ya ha asumido acrítica e inconscientemente que es sólo un pedazo de carne. El vampiro ya no es un personaje que encarne un miedo sino una cierta certeza. Así, la frontera entre vampiro y hombre se difumina y aparecen personajes como el Edward Cullen de Crepúsculo.
Usted apunta que películas como Zombis party reflejan claramente cómo la vida del hombre actual, vacía de significado; se asemeja mucho a la de un zombi, que se mueve sin pensar. ¿Cree que es una mera constatación o una reivindicación que afirma alguna vía de escape?
Creo que la intención de esta magnífica horror comedy se centra en lo primero. Sin embargo, un espectador humanamente despierto no puede dejar de buscar una salida a ese atontamiento colectivo. Creo que este filme, por lo menos da cauce a la pregunta por una vía de solución, que no es poco.
Agudamente observa que el personaje zombi es un fenómeno de masas y se entrevé una posible crítica a una democracia corrompida, esto es, un sistema de gobierno repleto de sujetos ausentes de sí mismos, controlados desde ‘fuera’ ¿de dónde nace esta idea y cómo se argumenta?
No es algo que me invente. Si se observa el nacimiento cinematográfico del zombi uno encuentra dos películas: La invasión de los ladrones de cuerpos (1956) y La noche de los muertos vivientes (1968). Ambos filmes responden a momentos de lucha contra una amenaza de alienación y totalitarismo. En el primer caso, tenemos los problemas del macarthismo y del comunismo, mientras que en el segundo caso tenemos los movimientos civiles, el consumismo y la guerra del Vietnam como focos de discusión política. Por eso el zombi tiene un fuerte valor político. Es, en cierto modo, el hombre reducido a carne por el poder.
Respecto a las primeras películas se ha dado un incremento del recurso gore en estos films ¿subyace alguna causa en ello a parte del simple horror que supone?
Mi interpretación es que el gore no es casual, sino que es una exageración desmesurada del materialismo en lo estético que permite una cierta catarsis del espectador, en la medida en que, al ver determinadas atrocidades de modo descarnado, libera cierta ansiedad que le provoca esa certeza inconsciente que tiene en el hecho de que no somos más que materia. Ésa es la clave del éxito del maestro Tarantino.
¿Por qué desaparece el marco de lo religioso en el cine de no-muertos?
Porque lo religioso entendido como el deseo de infinito a la luz del cual cada pedacito de nuestra vida cobre sentido total, siendo religado en su totalidad, es, en un marco cultural materialista como el nuestro, sinónimo de dolor. En este sentido se empieza a usar la estrategia budista para eliminar el sufrimiento. Si el deseo de felicidad y significado no tiene respuesta, estamos condenados al malestar mientras no eliminemos el yo a través de la eliminación de su ímpetu religioso. Así, cuanto más se cree que no hay posible correspondencia con nuestro corazón, menos recomendable es considerar lo religioso de este modo antropológico. Hay que reducirlo a fanatismo o a mera opción personal.
¿Si usted se convirtiera en vampiro cuál preferiría ser? ¿Por qué?
No me gustaría ser un vampiro, pero, como ha reivindicado recientemente Guillermo del Toro, prefiero a los vampiros tradicionales: malos, depredadores y poderosos. Esas ficciones pertenecen a un mundo mucho más ancho e interesante que las del Bill Compton de Sangre Fresca.
¿Hacia dónde evoluciona el mundo de los vampiros y los zombis?
Los vampiros ya han evolucionado derribando la frontera que les separaba de la humanidad. Estamos hartos de ver amoríos híbridos en las diferentes pantallas. Los zombis están tomando el mismo camino, aunque todavía lo hacen de modo tímido. Ya hemos visto cómo empiezan a correr como gamos en filmes como 28 días después o Bienvenidos a Zombieland. Pero quizás la prueba de cargo más clara a este respecto es la del Big Daddy de La tierra de los muertos, de Romero. Se trata de un zombi afro-americano de dos metros que aprende a manejar el fuego, que supera el miedo al agua y que se convierte en el líder de la turbamulta de muertos vivientes. De hecho, en la conocida serie The Walking Dead muchas veces uno no sabe quién es más zombi, si los humanos o los infectados.
Marc Massó (SAMIZDAT, Nº 6, Edición Barcelona)
Muchas gracias a SAMIZDAT por permitirnos la reproducción de esta entrevista.
Pero no sólo hay interrogantes para el lector en las preguntas que el relator no sabe contestar. También tenemos algún elemento inexplicable en cosas que al que las cuenta parecen antojársele normales y que nosotros no somos capaces de entender. ¿Qué quiere decir, por ejemplo, que “los enfermeros le atendían continuamente” durante los siete meses que permaneció como no-muerto? ¿Acaso comía, orinaba o defecaba? ¿Había que limpiarlo? ¿Le salían yagas que había que curar? ¿Estaba el cuerpo viviendo por su cuenta? El narrador, inexplicablemente, no se detiene en explicar al lector si el cadáver sufre alguno de los efectos de la descomposición o si sigue teniendo alguna función vital. ¿Por qué su meticuloso afán científico se despista en este particular? O mejor, ¿por qué Poe hace no sólo que se olvide de comentarnos ese crucial punto de interés sino que además nos deja claro que lo hace ex profeso cuando nos dice, en el momento en que describe la retirada del efecto de la hipnosis sobre Valdemar lo siguiente?
“La primera indicación de un retorno a la vida la proporcionó el descenso parcial del iris. Como detalle notable se observó que este descenso de la pupila iba acompañado de un abundante flujo de icor, procedente de debajo de los párpados, que despedía un olor penetrante y fétido”
En un cierto sentido parece que se podría decir que cuando dice que la muerte había sido detenida por el proceso hipnótico se nos está diciendo que los efectos de la muerte habían sido detenidos, siendo la caída del icor el primero de los efectos de la brutal corrupción que se produce en unos instantes, fruto de la retirada de la pantalla hipnótica, y coincidiendo con los gritos de auxilio del no-muerto en su quinta y definitiva intervención, en que suplica: “¡Por amor de Dios… pronto… pronto… hágame dormir… o despiérteme… pronto… despiérteme! ¡Le digo que estoy muerto!”. Pero…, si esto es así, ¿qué quiere decir que los enfermeros le atendían continuamente? Incógnita. No somos capaces de dar con la respuesta.
Poe nos pone delante pues, a la vez, la irreductibilidad del misterio a la razón -¿cómo explicar si no ese interregno en que se instala Valdemar durante siete meses?- y la dinámica dialógica entre razón y misterio –pese a que la razón no puede iluminar la totalidad puede avanzar en su conocimiento, pues nosotros podríamos preguntarle al narrador (caso de no ser también él un muerto) por la clarificación de la mencionada paradoja a través del relato de los hechos. Por todo esto uno acaba de leer el cuento fascinado, en un momento de máxima unidad de la razón con aquello que la hace ser, aquello que, seductoramente, se le oculta.
Sin embargo, pese al problema de tiempo, no nos olvidamos de la relación entre cuerpo y alma, de la que habíamos hablado al principio del comentario. Sintéticamente, las dos interpretaciones posibles que se nos ocurren acerca de la relación entre cuerpo y alma deducibles de este cuento son: Valdemar sigue hablando desde más allá de su muerte clínica porque su alma ha quedado retenida; o bien porque no existe una diferencia cualitativa entre la materia viva y la muerta. A este respecto, creemos que en Poe existe la conciencia de que el hombre tiene algo llamado alma, pese a todo el proceso de naturalización de ésta que significó el siglo XVIII[1], anterior a su nacimiento. Así, aunque funcione como mera hipótesis dualista, el alma humana en Poe es el nombre que recibiría ese algo misterioso que permite la vida consciente, racional y libre en los humanos, que permite que Valdemar hable desde ese interregno en que queda atrapado, entre la vida y la muerte, y que hace que la descomposición de su cuerpo sea tan veloz una vez que el alma deja de estar atrapada por la hipnosis en su platónica caverna. Por eso, quizás, según cuentan las crónicas, las últimas palabras de Poe antes de morir, alcoholizado y drogadicto, rezaron: “¡Qué Dios ayude a mi pobre alma!”.
George Hanson
[1] Para abundar en este proceso: cfr. Raymond Martin & John Barresi, Naturalization of the Soul. Self and Personal Identity in the Eighteenth Century, Routledge, Londres, 2000.
Entrevista a Juan Orellana
Juan Orellana es crítico cinematográfico, profesor de Narrativa Audiovisual en la Universidad CEU San Pablo de Madrid y Director de Cine de la Conferencia Episcopal. Está casado y tiene 3 hijos. Además, desde 2001, dirige y presenta, junto a Jerónimo José Martín, el programa Pantalla Grande en la cadena COPE. Ahora reciben el Premio Cine & Tele 2011, en reconocimiento a su labor en la promoción del cine.
¿Cuándo te diste cuenta de que tu vida podía llegar a tener que ver con el cine? ¿En qué momento advertiste que tu interés por la realidad podía empezar en una sala oscura?
Dedicándome a la docencia. Yo siempre había sido gran cinéfilo. Recién licenciado, siendo profesor de filosofía, tuve la oportunidad de dar un curso de lenguaje cinematográfico para profesores. Entonces comprendí que se abría una perspectiva profesional nueva para mí.
Según decís en vuestro último libro, Celuloide posmoderno (Encuentro, 2011), hay un tipo de cine, en absoluto insignificante comercialmente hablando, que lo que hace no es introducir al espectador en la realidad, sino sumirlo en lo que llamáis los paraísos artificiales. ¿Por qué disfrutamos viendo ese cine? Por poner un ejemplo, ¿qué tiene Tarantino que imanta?
El cine puede tener una dimensión evasiva muy importante. Lo onírico, lo instintivo, toma una forma aparentemente inofensiva, que le da la ilusión al espectador de crear un paréntesis gratificante en su vida. Cierto cine permite zambullirse en un mundo de violencia, sexo, acción y sueños delirantes sin abandonar la rutina de la vida cotidiana. Es como una droga que permite zafarse de una vida insatisfactoria. Cuantos menos referentes de sentido nos ofrece la sociedad, más se experimenta la necesidad de consumir este tipo de cine-narcótico.
¿Qué tipo de cine es para ti el más integral, humanamente hablando? ¿Podrías poner algún ejemplo de nuestra cartelera más reciente?
Hoy en día el cine más humano es el que mira de frente la condición “herida” del ser humano, el que evidencia nuestra fragilidad, nuestros deseos, nuestra pobre dignidad. En el mes de abril se han estrenado películas como El vuelo del tren, Happy Than You More Please, El amor y otras cosas imperfectas, En un mundo mejor, Vidas pequeñas, Incendies,… que de una u otra manera expresan con autenticidad aspectos de la verdadera naturaleza humana.
Según me consta tienes una cierta debilidad por Kubrick: ¿Qué es lo que más te interesa de él?
Lo que más me interesa de Kubrick es su dominio de lenguaje cinematográfico, más que sus propuestas antropológicas, que son más limitadas. Es el mismo caso de Hitchcock, un genio del lenguaje, pero un antropólogo más convencional.
Volviendo a tu trabajo: acaban de reconocer vuestra labor de promoción del cine a través del programa Pantalla Grande. Sin embargo, en el entorno de vuestros oyentes en la COPE habrá algunos que piensen que el cine es un invento del maligno. ¿Qué le dirías tú a un oyente que os enviase una carta quejándose de esta vuestra afición a valorar lo positivo del cine actual?
Si es católico le diría que se lea a Benedicto XVI. De todas formas, el ultramontano recalcitrante no es ni de lejos el oyente de COPE. Suelen oír otras cadenas.
En este sentido, cómo crees que ha variado el juicio crítico de la Iglesia con respecto al cine en los últimos tiempos en España. Sé que en tu libro Como en un espejo (Encuentro, 2007) ensayas una respuesta más detenida, pero ¿nos podrías dar cuatro pistas al respecto?
¿Crees que hoy en día el cine tiene una significativa relevancia cultural? Dicho de otro modo: ¿es capaz de hacer algo más que retratar meramente el mundo en el que vivimos o crees que induce a actuar en un cierto modo?
Yo no sé cuánto incide en las conductas, pero sí que induce reflexiones, plantea problemas, abre interrogantes, suscita inquietudes… y eso es bueno si uno aprende a comparar todo ello con la propia humanidad. El problema es que la gente ha dejado de tomarse en serio a sí misma, y entonces el cine ocupa el espacio que debería ocupar el propio yo.
Si lo importante en el cine es que éste, como decía Tarkovski, nos puede ayudar a hacer experiencia de una realidad en la que no nos fijamos en el mundo moderno, ya que vamos a demasiada velocidad, ¿podrías recomendarnos algunos títulos recientes que nos vayan a ayudar a hacer este camino?
Por ejemplo, películas como Cartas a Dios, Cartas al Padre Jacob, Biutiful,… nos muestran que no sólo de pan vive el hombre, sino que necesitamos un sentido de la vida que salve toda nuestra mezquindad y pequeñez de horizontes.
En este sentido, si la educación es una introducción en la realidad, el cine tiene un cierto poder que puede resultar benéfico en ese ámbito fundamental que hoy se declara casi en quiebra. ¿Cómo crees que el cine puede ayudar a afrontar la emergencia educativa?
Sólo si hay educadores que enseñen a ver en el cine toda la experiencia humana que tiene dentro. El cine puede ser un instrumento educativo si hay un educador que abre los ojos de los chavales -y los no chavales-. Está demostrado que un joven abandonado a su suerte puede no ver absolutamente nada en un film lleno de propuestas. El trabajo educativo empieza antes del cine, y el cine puede subirse en el proceso educativo y dar frutos magníficos. Pero si no hay ese trabajo previo y simultaneo no hay nada que hacer.
Para acabar, ¿nos podrías explicar cómo el cine incide en la educación de tu familia?
Desastrosamente. Mi hija de siete años habla sobre Love Story con gran conocimiento, mi hija de catorce sólo quiere ver comedias de Jennifer Aniston, y mi hijo de 17 asocia el cine a su padre y ya no quiere ver películas. Sólo me queda mi mujer con la que veo muy buenas películas. Lo otro se pasará con la edad y espero que sean buenos degustadores de cine en el futuro.
George Hanson
Entrevista a Anna Marazza
Anna Marazza es psicóloga clínica en Milán, especialista en infancia y en acogimientos familiares. Es una de las fundadoras de la Asociación Familias para la Acogida en Italia. Está casada, tiene 4 hijos naturales y ha acogido en su casa a diversos chicos con problemas. Ha venido a Barcelona para hablar de su vida y de su obra dentro de la Campaña “Fets” de la Fundación Educativa La Trama.
¿Cómo empezó su aventura en la experiencia de la acogida?
Poco después de casarme surgió entre varios amigos el deseo de acoger a gente que lo necesitase. Sencillamente empezamos a acompañarnos en ese deseo y a nuestro alrededor surgió lo que es hoy Familias para la Acogida y empezamos a acoger en nuestra casa.
¿Pero Vd. empezaba a tener sus propios hijos?
Así es. Mis hijos llegaban con un pan debajo del brazo. Con el nacimiento de cada uno de ellos acogíamos a alguien que lo necesitaba. Cuando nació mi primera hija llegó a nuestros oídos la necesidad de acogimiento de una chica esquizofrénica de veinte años. Yo, una joven psicóloga entonces, no podía dejar pasar aquella oportunidad de charlar a menudo con una psicótica.
¿Cómo fue la experiencia?
Aprendimos mucho. Éramos incapaces de cambiarla en muchas cosas. No conseguíamos ni que recogiese la ropa del suelo cuando se duchaba. Frustración tras frustración nos dimos cuenta de que no acogíamos a aquella chica para salvarle la vida, sino para ver si aquello nos cambiaba y era positivo para nosotros.
¿Y todos esos chicos y chicas llegaban para quedarse?
No. Se iban cuando querían o cuando debían. Aunque, a veces, se quedaban y nuestra casa crecía. Por eso, cuando me preguntaban por la calle cuántos hijos tenía, dudaba siempre. Por ejemplo, con nuestro tercer hijo, nos llegó la petición de acogida para un chaval de 11 años del cual sus padres habían abusado. Empezamos acogiéndolo alguna tarde a la semana y ya hace 23 años que vive con nosotros.
Entonces, ¿la acogida es un favor que el que acoge se hace a sí mismo?
Nosotros hemos aprendido mucho de los niños que hemos acogido. Ellos han sido nuestros maestros de humanidad. Gracias a ellos hemos entendido que todos llevamos ese dolor, ese deseo de cumplimiento que es una necesidad de compañía. El hombre necesita tener cerca a sus amigos para crecer, para hacerse grande.
¿Cómo ha llegado en concreto a esas conclusiones?
El chaval de 11 años del que hemos hablado, poco después de acogerlo, empezó a preocuparse por determinados chicos con problemas que requerían de acogimiento. Un día me arrastró a casa y me explicó que había un chico al que habían echado ya de dos colegios porque lanzaba sillas a sus compañeros de clase e insultaba a las monjas. Él quería que le acogiésemos en casa. Entonces nos dimos cuenta de que nuestra preocupación por si estábamos acogiendo bien a este pobre chico maltratado que ya es como mi propio hijo era errónea. Nos había adelantado por la derecha. Él era más acogedor que nosotros…
Vayamos a su profesión como psicóloga ¿De qué escuela de terapia es Vd: psicoanalítica, cognitivo-conductual, humanista, sistémica, ecléctica,…?
A mis alumnos y colegas más jóvenes siempre les he dicho una cosa: que partan de la escuela de pensamiento que quieran, pero que vayan siempre hasta el fondo. Eso es lo que procuro hacer yo: aprender de la experiencia más que de alguna teoría que intenta reducir al hombre a cuatro dinámicas que muy probablemente son ciertas, pero que son insuficientes para explicar completamente ese todo que es el hombre y que nunca llegaremos a conocer completamente.
Cuando llegan sus pacientes, ¿no los acuesta en el diván y les hace preguntas?
A todos los que llegan a mi consulta les pregunto un par de cosas: qué desean y a quién pertenecen. Un hombre que no se sabe de nadie y que no desea es un hombre que se está muriendo, aunque no lo sepa. La soledad es una enfermedad, porque dificulta el reconocimiento de la propia pertenencia y aletarga los propios deseos.
Parece que su discurso es poco de auto-ayuda. Es más bien de dependencia de los demás…
Toda la vida se juega en las relaciones y en ese deseo nuestro de compañía, de amistad y de pertenencia, que es el mismo que tienen los niños, aunque ellos parece que lo tienen más presente que nosotros. Por eso estar cerca de ellos es un don. Trabajando con ellos una se da cuenta de que cada uno de nosotros tiene la posibilidad de ser ese lugar para los demás. Es así desde que somos pequeños…
¿La mejor auto-ayuda es ayudar a los demás? Eso me suena…
Sí, pero no lo reduzcamos a una norma: amar al prójimo como a uno mismo. Aprendámoslo de la experiencia. Entonces veremos la potencia de esa verdad.
Ponga un ejemplo, por favor…
Una amiga me vino a ver hace tiempo. Había adoptado a una chica que ahora tiene 25 años y que tiene una actitud muy transgresora. Y mi amiga decía: “no ha servido para nada todo lo que he hecho por ella; se ha ido a vivir con un delincuente y yo no puedo aceptar esa vida que lleva”. Tras mucho tiempo de no hablar con su hija, ésta le llama y le pide que la vaya a ver. La madre se niega, porque, dice, no puede compartir su opción de vida. Sin embargo, la madre en seguida se da cuenta de que está poniendo sus ideas por delante de su hija. Me acabó diciendo: “lo que tiene que cambiar es mi corazón y me ha pasado toda la vida intentando cambiar a mi hija”.
Entonces, ¿qué es lo fundamental en la relación con los que más queremos?
Tener bien claro que lo que nos hace felices no es cambiar al otro sino cambiar nosotros, dejar que lo que va sucediendo ante nuestros ojos nos cambie. Ese es el único modo de que los que están alrededor deseen cambiar. Sin embargo, somos muy cabezotas. Después de 32 años de matrimonio todavía intento cambiar a mi marido y cuando me doy cuenta me digo: “no, para, esto no es para mí y lo que quiero es que las cosas sean para mí”.
Para acabar, díganos cuál cree que es el peligro en cuanto a la propia educación y la de nuestros hijos.
El peligro más claro es el miedo a equivocarse. No seáis como esa pareja que me pidió hora para hablar de su hijo cuando todavía estaba en el vientre de su madre. Evitad la ansiedad que genera el pavor al error. El límite humano forma parte de la vida.
¿Y qué es necesario para educar?
Para educar no hacen falta hombres perfectos. Basta con que sean valientes y no se queden nada para ellos. Se habla mucho de emergencia educativa y la verdadera emergencia es que faltan adultos con el valor para decir “yo”. El otro día un chico de 17 años me dijo: “yo tengo el deseo de convertirme en un hombre adulto, pero si miro a mi alrededor no veo a ninguno”. He ahí un grave problema.
Luis S.
Así, una vez preparado y programado cuidadosamente el experimento, se empieza a poner en movimiento tanto la maquinaria científica como la del relato. Se produce la irrupción del misterio en la historia. Sucede como sigue. El relator hipnotiza a Valdemar poco antes de que aparezcan, literalmente, los últimos estertores y la historia pasa a descargar su tensión sobre los cinco momentos de conversación liminar con el hipnotizado. La primera vez, el enfermo contesta a la pregunta: “Si… ahora duermo. ¡No me despierte! ¡Déjeme morir así!”. En la segunda ocasión afirma: “No sufro… Me estoy muriendo”. En la tercera lo sorprendemos a punto de cruzar la frontera entre la vida y la muerte. Lo vemos tanto en el uso del gerundio (“Sí… Dormido… Muriéndome”) como en que, breves instantes después, el narrador le hace una cuarta pregunta y al agonizante no le da tiempo de contestar. Como leemos:
“un notable cambio se produjo en las facciones del hipnotizado. Los ojos se abrieron lentamente, aunque las pupilas habían girado hacia arriba; la piel adquirió una tonalidad cadavérica, más semejante al papel blanco que al pergamino, y los círculos hécticos, que hasta ese momento se destacaban fuertemente en el centro de cada mejilla, se apagaron bruscamente.”
Pero, contra el sentido común, parece que la hipnosis permite que el cadáver conserve la identidad, porque es capaz de contestar a la pregunta que se le había hecho antes de morir diciendo, en su cuarta intervención en el cuento: “Sí… No… Estuve durmiendo… y ahora… ahora… estoy muerto”. Tras este elemento irreductible científicamente hablando, se sigue observando un hecho constante e inexplicable, del todo misterioso. Poe lo enuncia del siguiente modo:
“La única señal de la influencia hipnótica la constituía ahora el movimiento vibratorio de la lengua cada vez que volvía a hacer una pregunta a Valdemar. Se diría que trataba de contestar, pero que carecía ya de voluntad suficiente. Permanecía insensible a toda pregunta que le formulara cualquiera que no fuese yo, aunque me esforcé por poner a cada uno de los presentes en relación hipnótica con el paciente.”
De todo esto, el narrador se atreve a colegir colegiadamente, junto a los otros dos médicos, que “resultaba evidente que hasta ahora, la muerte (o eso que de costumbre se denomina muerte) había sido detenida por el proceso hipnótico”. El porqué, evidentemente, nadie sabe siquiera mencionarlo.
Pero no sólo hay interrogantes para el lector en las preguntas que el relator no sabe contestar. También tenemos algún elemento inexplicable en cosas que al que las cuenta parecen antojársele normales y que nosotros no somos capaces de entender. ¿Qué quiere decir, por ejemplo, que “los enfermeros le atendían continuamente” durante los siete meses que permaneció como no-muerto? ¿Acaso comía, orinaba o defecaba? ¿Había que limpiarlo? ¿Le salían yagas que había que curar? ¿Estaba el cuerpo viviendo por su cuenta? El narrador, inexplicablemente, no se detiene en explicar al lector si el cadáver sufre alguno de los efectos de la descomposición o si sigue teniendo alguna función vital. ¿Por qué su meticuloso afán científico se despista en este particular? O mejor, ¿por qué Poe hace no sólo que se olvide de comentarnos ese crucial punto de interés sino que además nos deja claro que lo hace ex profeso cuando nos dice, en el momento en que describe la retirada del efecto de la hipnosis sobre Valdemar lo siguiente?
“La primera indicación de un retorno a la vida lo proporcionó el descenso parcial del iris. Como detalle notable se observó que este descenso de la pupila iba acompañado de un abundante flujo de icor, procedente de debajo de los párpados, que despedía un olor penetrante y fétido”
En un cierto sentido parece que se podría decir que cuando dice que la muerte había sido detenida por el proceso hipnótico se nos está diciendo que los efectos de la muerte habían sido detenidos, siendo la caída del icor el primero de los efectos de la brutal corrupción que se produce en unos instantes, fruto de la retirada de la pantalla hipnótica, y coincidiendo con los gritos de auxilio del no-muerto en su quinta y definitiva intervención, en que suplica: “¡Por amor de Dios… pronto… pronto… hágame dormir… o despiérteme… pronto… despiérteme! ¡Le digo que estoy muerto!”. Pero…, si esto es así, ¿qué quiere decir que los enfermeros le atendían continuamente? Incógnita. No somos capaces de dar con la respuesta.
Continuará…
George Hanson
Dos artículos recientemente publicados en La Vanguardia (10-04 y 15-04) se titulan “Un día sin balón” y “Juegos mixtos”. En resumen: el futbol es un instrumento de discriminación. Y eso porque no se atreven a ir más lejos. Los que proponen un día sin balón (ya tenemos el día de la paz, el de la igualdad y mil días más, mientras el fracaso escolar crece sin parar) son un conjunto de expertos (?) del recién creado Observatorio del Juego Infantil. Ya no saben qué inventarse, y prefiero no descubrir que se paga con dinero público. El resultado relevante de la implantación de un día sin balón es que “el patio se transforma porque los críos juegan a otras cosas y cambian las relaciones entre niños y niñas: se forman más grupos mixtos y los juegos se hacen más diversos”. El pedagogo Gonzalo Jover sugiere que estos temas se introduzcan en la formación de los profesores. Y es que vamos sobrados, el nivel está que se sale y claro, podemos dedicarnos a educar a través del juego –eso sí, mixto. ¿Quién se traga el sapo de que cuando no somos capaces de educar a través de las matemáticas y de la lengua lo seremos a través del juego? Yo no. Pues toda la vida los niños y las niñas han jugado juntos (escondite, médicos, etc.) pero ahora son los pedagogos los que van a regular el juego, los que van a decirles cómo deben jugar. En este país los pedagogos ya han destrozado el aula, haciéndola un lugar inhabitable en vez de un lugar de culto al saber; ahora les queda el patio. Quedaría la reforma de los lavabos, que también son discriminatorios, ¿no?.
En la misma línea, Eulalia Solé, que firma como socióloga y escritora, apuesta por los juegos mixtos. Según ella, el problema aparece alrededor de los seis años de edad, en que los chicos empiezan a preferir el balón a la hora del juego, “de forma que muchas niñas ven como sus amigos de siempre ya no son compañeros de juego”. Creo que lo superarán. “¿Por qué los niños no saltan a la comba?”, se pregunta la autora. Y se responde que “no hacerlo responde más bien a una exclusión mental”. Seguramente la respuesta era que no les sale de los cojones (son chicos, eh!).
Los adultos (?), que han legado a generaciones enteras de jóvenes el nihilismo más vacío, la libertad más indiferente, y la igualdad más inhumana, no dejan de entrometerse, en nombre de la sociología, de la igualdad y de otras muchas sandeces, en la normalidad de la vida. Y es que no la soportan, no soportan que las cosas sean como son, que tengan una naturaleza. Pues los mismos que dicen estas cosas luego sostienen a la vez que, por ejemplo, la sexualidad es una opción. ¿Y jugar al fútbol no? Hay que joderse.
Chavales, jugad al fútbol; chicas, divertíos a vuestro modo, disfrutad de cómo son los chicos y viceversa. Pues la diferencia enriquece, y permite percibir la belleza de ser distinto, complementario, hecho para el otro. En la eliminación de la diferencia subyace algo profundamente perverso: si todo es igual, nada remite a nada, porque el otro –con minúscula- ya no es otro, luego el Otro -con mayúscula- ya no es nadie. La lógica siempre es la misma, y es por esto que todo este tipo de ideologías solo introducen el desorden y el desconcierto en la educación.
Chavales: no hagáis caso de la ideología de los adultos. Fijaos sólo en aquellos que por la grandeza de su vida sean dignos de ser imitados. La mediocridad siempre acecha, en todo momento. Pero el ser grande se elige. Para ello debéis tener a quien mirar, como en el fútbol. Adelante.
Wyatt